lunes, 13 de diciembre de 2010

cuentos

Lo que piensa un Aedes
Adriel Gómez
Cuento de ciencia ficción
El Guía se sentó en la butaca asignada. Desde allí miró con aburrimiento la estancia -¡la había visto tantas veces! Sin embargo, el brillo en su mirada hizo que los presentes reconocieran aún en su abandonada postura la presencia de una nueva aunque todavía secreta inquietud.
_La Tierra, camaradas, la Tierra. –dijo él.
Los veinticinco miembros de la Junta detectaron en esas palabras la introducción a una propuesta que luego deberían aprobar. De antemano conocían que ese planeta era el próximo objetivo.
_Sí, otra vez la Tierra –prosiguió el Guía. Tuvo de pronto un arranque emotivo-¿Hasta cuándo, camaradas? ¡He decidido poner fin a la destrucción involuntaria de nuestros medios exploradores por parte de los terrícolas! ¡De eso se trata!
Y una ola de aplausos casi no lo deja terminar.
_En verdad, necesitamos conocer más sobre ese mundo misterioso, dividido, en ocasiones cruel, pero irresistiblemente bello. Ya desde épocas que hoy nos parecen muy lejanas, iniciamos los llamados Ensayos, investigaciones sobre la naturaleza, formas de vida, inteligencia y otros múltiples aspectos que dan la dinámica característica de ese astro. Queríamos establecer relaciones amistosas con sus habitantes. Aquel primer experimento, muy audaz, consistió en tomar la apariencia física de sus habitantes y así infiltrarnos en su mundo. ¡Ja! ¡Menudo chasco! La inmadurez de los elegidos, su constante alarde, permitió a los primitivos terrestres reconocer nuestra superior tecnología, y nos convirtieron en Dioses. Es en verdad halagador que nos elevaran al más alto nivel, pero esto iba en contra de los objetivos planteados porque, como se comprenderá, nos distanciaba enormemente de ellos.
Un suspiro general acompañó su tono decadente.
El pareció recuperarse:
_No nos desalentamos por eso, claro que no... Después vino el Segundo Ensayo: volveríamos a estudiar a los habitantes de la Tierra. Esta vez había que tomar en cuenta su considerable desarrollo científico técnico. Se preguntaban a sí mismos de dónde venían, adónde iban, hurgaban en el pasado, trataban de descifrar los enigmas que evidenciaban nuestra presencia en los albores de su historia... Por eso el Segundo Ensayo consistió en formas de secuestros de terrícolas, individuales o colectivas, dejando pistas falsas que los hicieran aparecer como simples desapariciones, accidentes. Pero los funcionarios que tuvieron a su cargo el Segundo Ensayo al que denominaron REFT (Raptología Espacial de Frecuencia Terrestre), no previeron el grado de análisis al que ya habían llegado los terrícolas, entonces muy adelantados en relación con su atrasado tecnología –perdón, naciente y en vías de desarrollo-; en fin, quiero decir que cierta habilidad profética, basada en un emergente análisis científico, había prendido en su métodos. Y ello traería para nosotros consecuencias desagradables, como se verá.
El Guía sorbió una porción de su líquido refrigerante con su trompa succionadora. Vio cómo algunos de los presentes lo imitaban y se sintió satisfecho.
_ Los secuestros únicamente se podían efectuar en dos áreas que reunían las condiciones indispensables para que, a los ojos de los terrestres, pasaran como simples zonas de catástrofe natural. Todo salió bien... al principio. Envalentonados por el éxito, los funcionarios aumentaron la frecuencia de los secuestros hasta el nivel 92 a partir del año l945, y esto, naturalmente, atrajo la atención, o mejor, las sospechas de los habitantes de la Tierra. Comenzaron a investigar seriamente qué había sucedido con sus embarcaciones y sus aviones, desaparecidos en medio del misterio que una vez, tan hábilmente, supimos crear. La irresponsabilidad propia de aquellos tiempos estuvo a punto de esclarecerles nuestro juego secreto.
De nuevo el suspiro colectivo dejó expresar el malestar que envolvía a la sala.
_¡Tales hechos no pueden volver a repetirse! –una salva de aplausos impidió al Guía continuar su exposición de seguido. SE mantuvo callado. A decir verdad, había estado esperando aquellos vítores-: A tal punto llegaron esos actos que irremediablemente, en la actualidad, hemos tenido que reducir los secuestros a su límites más bajos, centrándonos sobre todo en embarcaciones pequeñas que nada aportan a nuestras pretendidas investigaciones de envergadura.
_Pero no todo está perdido...
Los integrantes de la Junta se inclinaron hacia delante.
_Al menos pensemos así.
_ Continúe usted -le animaron algunos.
_Vamos a empezar el Tercer Ensayo –respondió el Guía como si pronunciara una sentencia-. Veo que algunos de los aquí presentes se sonríen. Es lógico. Conocen ya el plan y saben de las grandes esperanzas que en él se tienen. Se ha producido una revolución tecnológica, camaradas. Se han inventado los ultramicrocircuitos de banda polar K.G. Son celdas de energía fabricadas para operar en equipos de inteligencia artificial. Su construcción sólo es posible en laboratorios con aparaos especiales de enorme potencia: microscopios que incrementan en millones de veces la imagen microscópica.
Se asombraron en al auditorio.
_ Y a la vez están capacitados para generar la energía necesaria para el funcionamiento de un máquina de medianas dimensiones o todo el sistema lumínico de varias instalaciones. Nuestro caso no exige de tales excesos: se trata sólo de observar. Basándose en esa propiedad de las microceldas, nuestros científicos estuvieron ocupados en costosos experimentos hasta lograr la copia exacta de un organismo parásito terrestre: un insecto. El porqué elegimos esa especie, y no cualquier otro animal de entre los muchos que componen su biodiversidad, tiene una respuesta. SE trata de su tamaño, camaradas. Los insectos son tan pequeños que una máquina pensante artificial, construida con esas mismas dimensiones, pasará inadvertida a los terrestres.
El Guía hizo una pausa. De nuevo se deleitaba escuchando las admiraciones de la Junta.
_Ahora bien –prosiguió luego de clamados lo ánimos-. De todas las especies insectívoras, nos ocupamos de escoger una que se relacionara más o menos directamente con el hombre. SE llama mosquito. Se alimenta de la sangre de los humanos y por eso el terrestre lo odia y lo combate. Sin embargo, es una de las que más cerca convive con los habitantes del planeta. Infiltraremos nuestra máquina. Ella nos enviará, bajo el disfraz de su diminuta estructura, toda la información necesaria mediante un sensible sistema de comunicación extrapotencial. Hemos decidido codificarla bajo la denominación de Aedes, espécimen de mosquito de los más aborrecidos por el hombre... Sí, sé lo que piensan. Por supuesto que el rechazo del hombre hacia el insecto presupone cierto peligro para las investigaciones. Hay una relación abiertamente hostil en la que le insecto llevar la peor parte; pero no se preocupen: nuestra máquina siempre actuará a distancia según lo requiera la observación y aumentará su velocidad de protección en los momentos de peligro. Sólo un ser tan rápido como ella podrá destruirla... No hay que preocuparse, camaradas. Esperemos recibir pronto, en nuestros receptores ultrasónicos, la clave cifrada de lo que piensa un Aedes.
Su mirada, resplandeciente, volvió a recorrer la sala.
_ ¿Qué opinan?
_ Aprobado –no dudaron en contestarle.



*
* *

Berta y Juan caminaban, enredándose con la maleza que se extendía desde los manglares de la ciénaga. Juan, machete en mano, desbrozaba el camino con mano fuerte y segura, y alargaba grandes zancadas que pretendían aproximarlo cuanto antes al montículo calcinado desde el que vio subir al disco de fuego.
_¡Apúrate, Berta, carajo, que se nos va el sol extraño! –gritó al ver cómo la singular pieza discoidal, hasta entonces suspendida, tomaba altura acompañada de un fino silbido.
_ ¡Qué sol ni que ocho cuartos, Juan! –protestó la mujer- ¡Mira pa'llá a ver si el puñetero sol no está en su sitio! ¡Y el sol siempre está tranquilo, no sonó como la cosa ésa!
_Bueno, bueno, ya está bien... Tu me entendiste lo que quise decir, ¿no?
Ella tenía razón. El sol indicaba el mediodía. Sobre sus cuerpos sudorosos caía toda la descarga del estío. Juan masculló una blasfemia, ¿se estaría volviendo loco o qué? Bueno, el tío Mercerón decía que cuando uno se volvía loco o viejo no hacía más que hablar boberías “Bah, eso no va conmigo. Yo sí que no estoy loco y mucho menos viejo. Yo soy joven y bien planta´o. Na´ ma´ que tengo cuarenta años”´-pensaban Juan- “´No sé pa´ que la gente habla tanto: loca estaba Micaela que se puso a ordeñar toro en vez de vaca, sí señor”.
Se detuvo. Exploró el cielo, buscando el objeto discoidal.
_ ¡Válgame Dios, Berta, se desapareció la cosa ésa!
_ Ay, mi madre! –dijo la mujer. A pesar de tener un carácter fuerte, consolidado por lo agreste de aquella región, no pudo disimular su excitación’. Juan, esto parece cosa de brujería. Vamo a virá pa’la casa no sea que le pase algo a los vejigos. Acuérdate de Emeterio...
_A lo mejor no le pasa na’; a lo mejor se le cura la enfermedá esa que lo tiene medio bobo...
_Ay, Juan, chico, mi mamá me dijo una vé que cuando pasaban esas cosas por el cielo, segurito segurito que dipué venían disgracia.
_Etá bien, etá bienñ pero deja ver si puedo llegar a la punta de la loma.
_ ¡Solavaya, Juan! Sigue tú solo.
Y sin terminar de pronunciar la última palabra, la mujer emprendió desesperada carrera de regreso.
_ ¡Ay, Berta! –se quejó el guajiro viéndola alejarse-. Primero te v as cuando oyes explotar el rayo, y ahora te vas dipué de caminal má que un vena’o. Ah, si no fuera por el pobre Emeterio que la nació anormal. Yo sé que ella lo quiere...Bueno, vamo a seguil pa’lante.
Devolvió el machete a la vaina con aire de guerrero mambí: el camino ya estaba libre de malezas. Siguió el mismo sendero de todas las mañanas, el mismo que tomaba para ir a los sembrados y al que llegó después de tumbar monte para acortar la distancia.
Mientras andaba se secó el sudor de la frente con la raída manga de la camisa. El camino, cuarteado por la seca, no ofrecía grandes dificultades, a no ser una que piedra puesta en la ruta por la casualidad. Juan miraba absorto su punto de destino. Volvió a detenerse: una amenazante nube de mosquitos venía en dirección contraria.
_Pero si ná má son como las dos de la tarde –dijo confundido. El sabía que aquellos molestos insectos sólo comenzaban a salir en grandes cantidades cuando comenzaba a anochecer. Pero la realidad se mostraba ya en toda su magnitud y Juan no tuvo otro remedio que volver sobre sus pasos.
No podían dormir por la noche.
Tuvieron que hacer una fogata para tratar de alejarla zumbona presencia de los mosquitos, alarmante, dentro y fuera del bohío. Entraban por todos lados, desde el patio hasta el portal, desde el techo hasta el suelo, y algunas picadas eran certeras, dolorosas e insistentes. El único que parecía complacido era Emeterio. Su diversión favorita era cazar mosquitos. Los perseguía con absoluta paciencia y trataba de liquidarlos después con resonantes manotazos. Sin embargo, no había tenido mucho éxito. Eran demasiado rápidos. Muy distraído al principio ya comenzaba a aburrirse, pues no había podido liquidar ninguno.
Juan se asombró cuando, ya dispuesto a dormirse dentro del grueso mosquitero, pasada la medianoche, fue levantado por los gritos de su hijo más pequeño.
_ ¡Papá, papá! ¡Mira que mosquito má grande cazó Emeterio!
El insecto era extraño.
Abierto en dos mitades, en su frágil interior destellaban, como pestañeando, decenas de lucecitas azules y rojas.

cuentos

La promesa
Perla Guijarro
Cuento policiaco
El sol emergía entre las montañas que rodeaban al pueblo. A lo lejos el aullido persistente de los perros rompió con la calma. Las nubes se tornaron negras de pronto y la neblina llegó de quién sabe dónde, para destruir el sosiego que había reinado en Segarra durante muchos años.
- ¿Ésta muerta?-preguntó lentamente; como si las palabras que arrastraba no estuvieran llenas de curiosidad.
- Eso parece- contestó el jefe de la policía, que había llegado hasta ahí guiado por los gritos. Movió el cuerpo de la joven con el pie.
- ¡Oiga, no haga eso!, ¿qué no es capaz de un poco de respeto?- le gritó él.
- En cuestiones como estas, ¡el respeto me importa un carajo!; además, ¿usted que chingados está haciendo aquí?
- Yo la encontré y; además, era su amigo.
- ¡Ahhh, entonces está usted detenido!
- ¿Detenido? ¡Pero está usted completamente loco!, ¿por qué quiere llevarme detenido?- dijo estupefacto.
- Pues porque usted es el principal sospechoso; estaba aquí cuando llegué y ; además, todo mundo sabe que un hombre y una mujer no pueden ser amigos.
- ¿Y eso qué tiene que ver, pretende detenerme sólo por esa estupidez?- replicó furioso.
- No, lo detengo también por estar jodiendo…
La noche cayó en las calles de Segarra acompañada con el sonido de los grillos y el rumor lejano del río que bordeaba el pueblo. Las casas con sus puertas cerradas parecían albergar pequeños y tranquilos mundos; sin embargo, tras de esas puertas se fraguaban historias que nada tenían de tranquilas.
- Dicen que fue el otro maestro el que la mató.
- La señora de la fonda escuchó cuando él le confesaba al jefe de la policía que eran amantes.
- A mi me dijeron que la mató porque estaba celoso del Doctor Martínez, ya ves que desde el mes pasado ella empezó a ir bien seguido a su casa, ¡que dizque porque estaba enferma!
- ¡Ja, se ha de ver ido a dar sus buenos revolcones con el Doctor!
Miró por la pequeña ventana que daba hacia la calle. Ahí adentro el calor era inimaginable y el olor lastimaba los ojos. Le parecía que la celda se volvía más pequeña y asfixiante conforme pasaba el tiempo.
- ¡Tú, arrímate pa’ca!- dijo el policía.
Aturdido, no se movió ni respondió.
- ¿Qué no estás oyendo cabrón?- gritó el uniformado.
- Yo no la mate- dijo de pronto.
- Entonces, ¿quién fue?
- ¡No sé, ya le dije que no sé!, éramos amigos; pero cuando llegue a la escuela ya estaba ahí tirada. Muerta.
- ¡Y a poco piensa que le voy a creer! Los chamacos dicen que cuando llegaron ella estaba tirada y que usted estaba ahí.
- ¿Y qué es lo que les estoy diciendo? ¡Llegué y estaba muerta! En eso llegaron mis alumnos, y fue cuando se armó el escándalo. ¡Usted está loco! ¡Está empeñado en acusarme y todo porque no le caigo bien, yo no la mate!- gritó desesperado.
El policía le dio la espalda; él se dio cuenta de que ignoraba sus palabras. Intentó cambiar de actitud con el fin de intentar conseguir un arreglo.
- Disculpe si le he hablado de manera impropia; pero comprenda que mi situación es desesperante y pues, ¡no es para menos! Pero estoy seguro que esto se arreglará. Soy inocente y no me pueden culpar de algo que no hice.
- ¡Ja, ja!- rió estrepitosamente el policía- ¡a que maestrito tan ingenuo! ¿De cuándo acá no se puede culpar y encerrar a alguien que es inocente? ¿Pues en que país cree usted que vive? ¡No sea pendejo, si se me da mi gana puedo conseguir que lo manden a un reclusorio de esos de máxima seguridad, haber como le va ahí!, ¡ja, ja!- Se sentó mientras rascaba su grasienta calva- Ya mejor cállese no gaste saliva.
- Pero… ¡tengo derecho a un abogado!- la desesperación se apoderaba más de él.
- Puede que mañana venga el tinterillo del pueblo a ofrecerle sus servicios; eso sí usted le cae bien; sino, ¡ya se jodió!
Se dejó caer en un rincón de la celda sin importarle el desagradable olor que emanaba del piso. En su mente todo era confuso; el asesinato; las acusaciones; su amiga a la cual pudo ver la noche anterior cuando ella se dirigía a casa del Doctor.
- ¿Estás segura?- le dijo
- Completamente; ¡ella también está enamorada de mí!
- Pero, ¡está casada y uno de sus hijos es tú alumno!
- Por lo mismo, ¡tienes que jurarme que no le vas a decir a nadie; júrame que aunque sea cuestión de vida o muerte, no le vas a contar esto a nadie!
- Pero… es que- vaciló.
- ¡Por favor!, si esto se llega a saber su marido la puede matar a golpes, además el pobre niño también sufriría las consecuencias. Y lo más importante; piensa en mis padres, ellos crecieron aquí y si la gente se entera sufrirán mucho, ¡y eso no puedo soportarlo!.
- Esta bien, no le voy a contar a nadie, jamás; pero por favor, cuídate mucho; dicen que el Doctor es de armas tomar; he escuchado que ha balaceado a más de uno por poquedades; ¡imagínate si lo llega a descubrir!
- No te preocupes, seremos cuidadosas. Te prometo que nada va a pasarme.
La mañana lo sorprendió sin dormir, se sentía cansado y enfermo.
- ¿Por qué no cumpliste tu maldita promesa? ¡Me mentiste, dijiste que nada te pasaría!- murmuró cuando el tañido del campanario le avisó que la misa acababa y la procesión se dirigía al cementerio.
- Buenos días- interrumpió sus pensamientos un joven alto y desgarbado- Soy José Gutiérrez, vengo a ofrecerle mis servicios; soy abogado.
- Buenos días, sé quién es usted. Me alegra que viniera, ¡creí que ni siquiera me iban a dar la oportunidad de defenderme! Supongo que ya me conoce; soy Bruno Márquez, el maestro de la primaria.
- Entiendo, ¡en este mugre pueblo se hace lo que al jefe de la policía y al Presidente Municipal se le da la gana! Y sí, ya había oído hablar de usted. Mi hermana es su alumna.
No le respondió, se sentía demasiado cansado como para iniciar una plática que en nada ayudaría a su situación. El abogado pareció entender su silencio porque agregó:
- Dígame, usted que era tan amigo de la maestra, ¿Sabe de alguien que quisiera matarla?
- No- mintió- Laura no tenía problemas con nadie- dijo mientras imaginaba al Doctor en medio del salón de clases, disparándole a quemarropa a su amiga.
- ¿Está seguro?
- Sí- Mintió de nuevo.
La tarde cayó en Segarra. La plaza principal se fue vaciando; los perros se desaparecieron en los solares baldíos; disputándose a las únicas dos hembras de la cuadra.
Solo, en mitad de la celda, pensó en Laura; en su sonrisa perfecta y contagiosa; en sus ojos grandes –enormes de hecho-; en el olor que emanaba de su cuerpo; en la manera en que lo miraba cuando estaba triste. Recordó la tarde en que ella le confesó sus preferencias sexuales.
- Me gustan las mujeres, quizá por eso te adoro tanto; ¡porque compartimos los mismos gustos!
Ahora, al recordar aún sentía ese vacío en el estomago; esa rabia recorriéndole el cuerpo; los celos detenidos en sus puños; su voz temblorosa cuando preguntó:
- Y… ¿estás con alguien…? ¡es decir! , no sé cómo preguntar.
Ella sonrió con tranquilidad, como si entendiera su turbación.
- Aún no, pero creo que le gusto a la esposa del Doctor-contestó.
- ¿Y ella… a ti?
- Sí- dijo sonriéndole con complicidad.
Los mismos celos; la misma rabia de aquel día le revolvieron el estómago. En su mente se arremolinaron de nuevo las imágenes del día anterior: el Doctor saliendo de la primaria con un arma en la mano; ella tirada en el piso, desangrándose; con los mismos ojos de siempre; el mismo olor de siempre; sólo que… muerta.
- ¡Pendeja, estás muerta por pendeja, y yo soy más pendejo por cumplirle la promesa a una muerta!- dijo mientras golpeaba con su puño la pared.
La tarde cayó errante por las calles del pueblo. Las puertas se fueron cerrando una a una.

- ¡Te lo dije! Ya confesó que la mató porque eran amantes. Pos claro, ¿cuándo se ha visto que un hombre y una mujer pueden ser amigos?